sábado, 5 de diciembre de 2009

Fado

Fado Pintura de José MalhoaFado: Pintura de José Malhoa


El fado: Nacida en Lisboa, esta melancólica música es la expresión más genuina de la cultura popular portuguesa.
Así como Buenos Aires tiene el tango como una de sus señas de identidad indelebles, El Viajero Ilustrado sabe que Lisboa, la capital de Portugal, no sólo es una de las ciudades más bellas de Europa. Entiende que si lo es, es también por la música que la identifica: el fado es, casi por definición, la canción de Lisboa, el más genuino representante de la cultura popular portuguesa. Y, por la cantidad y calidad de intérpretes y de sitios donde escuchar fado, es siempre una encantadora cita para los afortunados traqueteadores nocturnos de las callecitas de Lisboa.

El Viajero Ilustrado reconoce que Amalia Rodrigues fue la mejor exponente del fado durante más de 50 años. Dueña de una voz entre desgarrada y dulce que la hizo famosa en todo el mundo, Rodrigues le canta a Alfama, un viejo barrio de Lisboa, y a sus rincones. El fado es una expresión de nostalgia, saudade y tristeza. Literalmente quiere decir "destino" y El Viajero sabe que esta música es deudora de la añoranza, de todo aquello que se cree perdido para siempre, de lo que no volverá. También, del fuerte lazo que los portugueses tienen con el mar y, en ese sentido, con los barcos, las partidas y los regresos. En otra de las ciudades marcadas por el fado, Coimbra, el estilo es más alegre.

Durante más de 150 años, calcula El Viajero, los habitantes de Lisboa disfrutaron de su música en pequeños bares, restaurantes y cafés. Canciones que cantan tanto hombres como mujeres, el fado se acompaña con la guitarra portuguesa, con forma de mandolina y pares de ocho, diez o doce cuerdas. Su sonido no es solamente inconfundible, también es imprescindible. A partir de un diseño sencillo, esta guitarra evolucionó y hoy hay bellos modelos decorados con, por ejemplo, incrustaciones de nácar.

Desde 1998, el fado tiene un museo que resguarda y cuenta su historia. La Casa do Fado e da Guitarra Portuguesa funciona en el Recinto da Praia, un edificio del XIX, de fachada color terracota que da a la plaza Largo do Chafariz do Dentro. Las distitnas salas del museo están diseñadas con un criterio moderno y, al mismo tiempo, cálido.

Nacido de raíces africanas entre marineros, prostitutas, vagabundos y toreros, en tabernas de mala fama, a mediados del siglo XIX, el fado inspiró no sólo a grandes letristas sino también a escritores y pintores. Maria Severa fue una de las primeras cantantes de fado y su vida -algo escandalosa para la época que le tocó vivir- se narró en la primera película portuguesa con sonido.

El Viajero Ilustrado sabe que la visita al museo transcurre entre tapas de discos, partituras, programas de actuación, trofeos, centenares de fotografías, vestidos, trajes, chales. Y guitarras portuguesas, como las de Petrolino y Piscalareta, de los años 30, o una de concierto de Carlos Paredes, el guitarrista más famoso. Entre los grandes letristas, El Viajero apunta el nombre de Alfredo Duarte. Era conocido como O marceneiro (el carpintero), porque aseguran que era un artista de la madera. Duarte escribió sobre la muerte, el amor, la nostalgia: todos los temas propios del fado.

Las letras de fados, escritas con prolija caligrafía de tinta, registran también los años en que la dictadura de Antonio Salazar (1933 a 1974), una comisión de censura custodiaba que los intérpretes no cruzaran la delgada línea que, según Salazar, delimitaba la moral y las buenas costumbres. Pero el fado parece haber traspasado todas las barreras. En 1910 apareció "Republicano", cuya letra, recuerda El Viajero, festejaba la nueva república. En distintos puntos del circuito, se pueden oprimir distintos botones para seleccionar qué fado se quiere oír. Al final, vuelve la voz de Amália, que murió en 1999. El Viajero Ilustrado cree, sin embargo, que el mejor modo de conocer y disfrutar de esta música es en alguna de las casas de fado en Alfama, en el Bairro Alto, mientras se toma un caldo verde.

Así que, ya en la calle, El Viajero Ilustrado camina por la Rua da Rosa y comienza a entender dónde y por qué nació el fado. En el restaurante típico "O Forcado" entre antiguas fotos de fadistas, escucha la voz de la cantante, la guitarra y la viola, que nunca es solista y aporta el ritmo. En otra casa de fado emblemática, "Adega Mesquita", El Viajero percibe el alma portuguesa. Allí hay fado, fotos de toreros y poemas pintados en azulejos. El famoso Café Luso está abierto desde años 30. Ocupa las antiguas cocheras y bodegas del Palacio de San Roque y es uno de los edificios que resistió al terremoto de 1755. En el Barrio Alto hay muchas otras posibilidades de escuchar fado: "Adega Machado", "Senhor Vinho" y "A Severa". Para una noche de fado, El Viajero Ilustrado sabe que debe llegarse también hasta el barrio de Alfama.

Todas las mujeres que cantan fado se cubren los hombros con un largo, sutil chal negro. El Viajero Ilustado escuchó que en esa tradición hay un homenaje a la fadista Maria Severa.

Una canción de amor y saudade, una despedida de alguien que se embarca, una canción melancólica pero no triste que se escucha en el puerto de Lisboa: el fado.
Fuente: Clarin(El viajero ilustrado) del 26/08/2007