viernes, 7 de noviembre de 2008

Antonio Agri

Antonio Agri
Antonio Agri en junio de 1973, cuando integraba el quinteto de Piazzolla; con él Miguel Ángel Manzi, Hugo Balzo, Agri y Osvaldo Tarantino.
Antonio Agri
Antonio Agri en 1971 con otro estilista de) violín: Hugo Baralis. Foto tomada en la cantina de Pierino, Lavalle y Billinghurst.


Antonio Agri: Nació en Rosario (Santa Fe) el 5 de mayo de 1932 y murió en la ciudad bonaerense de Lomas de Zamora el 17 de octubre de 1998. Fue uno de los mayores violinistas del tango.
La frase de Piazzolla se ha repetido muchas veces: Tengo un violinista que es Vardarito, Francini y Bajour al misno tiempo, pero se llama Antonio Agri. El fenómeno había sido elegido para formar en el quinteto Nuevo Tango, en abril de 1962. Elvino Vardaro, Enrique Mario Francini, y Szymsia Bajour habían tocado ya con Piazzolla, cada uno con lo suyo, con su propio virtuosismo y su intransferible sonido. También había militado a sus órdenes otro violinista preclaro, Hugo Baralis; todos ellos, ramas de un mismo árbol a cuyo tronco, quizás indefinido aún, gustamos nombrar Negro Casimiro. David Tito Rocatagliata, Alcides Palavecino, Ernesto Ponzio, Agesilao Ferrazzano, Manlio Francia, Julio De Caro, Cayetano Puglisi, Remo Bolognini, Pepino Bonano con su violín corneta, Raúl Kaplún, Antonio Rodio, Reynaldo Nichele son otras ramas de una densa progenie que multiplica de manera desmedida el tejido de referencias y comparaciones.

Y propone, además, un calificativo inquietante: tanguero. Porque el tango requiere (o, al menos, admite) virtuosismo y musicalidad, pero sobre todo exige tanguedad. ¿Era el de Antonio Agri un violín tanguero? Esto de ser tanguero es cosa del fraseo. Y el fraseo es cosa de la entonación, cosa del dejo arrabalero, canyengue, esquinero cuando menos, con que se expresan los instrumentos músicos, comenzando por la voz humana. Y como cada tanguero tiene su propia tanguedad, que habita en su corazón pero condiciona sus oídos, toda inquisición y toda revaloración al respecto sólo pueden plantearse en jurisdicción de la más estricta subjetividad. Por eso, para unos el paradigma o poco menos de la tanguedad es Baralis. ¿Por qué razón no lo mencionó Astor como ingrediente de ese cóctel fabuloso que fue Agri?

De todas maneras, pese a su familiaridad con la música grande y a la admiración que le profesaban excelsos violinistas de aquende y allende el océano, Agri tenía él mismo un look tanguero, cierto cancherismo, cierto decir sin decirlo guarda, ahí va la posta, que trascendía suburbio. Además era modesto, afectivo, de rara calidez, de llaneza admirable, que invitaban a decir de él lo que la liturgia dice de Santa Cecilia, la patrona de la música: que ella misma era una melodía. En el caso de Agri, una melodía de arrabal.

En sus meses postreros, acosado por el cáncer, Agri había conquistado la admiración de grandes músicos y trabajaba en una obra propia, él, que negaba ser compositor. Por entonces anotaba que los europeos se entusiasman cuando escuchan los silencios bien colocados y que grandes músicos europeos se quedan maravillados por los yeites tangueros de mi violín. "Yeite" es palabra de ardua definición. Un sinónimo lunfardo es "rebusque", una suerte de apartamiento ingenioso de lo convencional o regulado. Con el mismo sentido, Piazzolla empleaba la palabra "roña". Hay tangos exquisitos, refinados, como Flores negras, como Los pájaros perdidos, pero para que suenen a tango es necesario ponerles un poquito de roña, un poquito de fango arrabalero. Sebastián Piana hablaba de cadencia, y venía a ser lo mismo. Y uno se pregunta si la tanguedad reside, al fin, en esos "yeites", en esa "roña", en esa cadencia que tal vez no puedan ser captadas por el oído más agudo si su dueño carece de un prolongado ejercicio de la porteñidad.

Agri nos dejó en plena madurez, es decir, cuando era el Agri total; cuando nadie lo habría confudido con un cóctel de Bajour, de Francini y de Vardaro. Con él se fueron sus "yeites" tangueros, totalmente personales e intransferibles, como la roña de Piazzolla y la cadencia de Piana. Nos queda, en los compactos, el sonido hermosamente canchereado de su violín y, a algunos, también, la huella de su ternura y la lección de saber ser, al mismo tiempo, en cada acorde, en cada nota, un artista exquisito, un profesional responsable y un hombre cabal, cada uno todo entero en el otro.Fuente:José Gobello

Biografia II

AGRI, Antonio Pablo. Músico. Violinista. Director. 5 de mayo 1932 - 17 de octubre 1998)
El más importante violín de la generación de 1955 y uno de los mayores arcos del tango todo. Marcadas semejanzas de estilo, sensibilidad y temperamento interpretativo con Elvino Vardaro, concurrieron—en principio— a perfilar su personalidad, absolutamente inconfundible; luego, en su originadísima manera de ejecutar y "decir" la frase, de un modo sutil, hondo, rico, que valora y expresa cada nota ejecutada. Su tarea de solista en Retrato de Alfredo Gobbi, Ciudad triste, Los Mareados, Éxtasis, Romance del diablo. La mufa, Milonga del ángel, Otoño porteño, Maria de Buenos Aires—temas todos realizados con su actuación como figura de los conjuntos de Astor Piazzolla— y en todas las realizaciones de su propia agrupación, es altamente representativa de su modalidad, en la que se aúna la gran fuerza emocional del más puro rango tanguero con el maduro dominio de su instrumento. Nació en Rosario, provincia de Santa Fe, el 5 de mayo de 1932. El maestro Dermidio Guastavino fue su profesor de música. Debutó profesionalmente en 1947—a los quince años de edad— integrando un cuarteto en Córdoba. Posteriormente se desempeñó en el conjunto Los Provincianos y en las orquestas de José Sala, José Corna y Antonio Ríos. También en su ciudad natal, integró con Antonio Ríos, José Puerta y Omar Murtagh el cuarteto Los Poetas del Tango y condujo el Quinteto de Arcos Torres-Agri. Ejecutante de la Sinfónica de Rosario, Nito Farace y José Márquez lo vincularon a Astor Piazzolla. Debutó con éste en el quinteto Nuevo Tango en abril de 1962, acompañándole, desde entonces, en todas sus presentaciones: en el Nuevo Octeto de 1963 y en las giras por el interior de la Argentina y a Río de Janeiro, Estados Unidos y Uruguay. Simultáneamente, prestó su concurso a las orquestas de Osvaldo Fresedo, Aníbal Troilo, Horacio Salgán, Roberto Pansera, Mariano Mores y al conjunto del bandoneonista Alberto Caraciolo. En 1968, siempre como violín solista, grabó María de Buenos Aires de Astor Piazzolla y Horacio Ferrer, Pulsaciones y Adiós, Nonino —tres discos de larga duración con Piazzolla, en Trova—. Al año siguiente, actuó con éste en Michelángelo, y en 1970, en los recitales del quinteto de Astor en el Teatro Regina —registrados en vivo por RCA—, tocó la viola en la versión de Invierno porteño.
Desde el 10 de noviembre de 1971 integró el Conjunto 9, con el cual grabó los dos volúmenes fonográficos para Víctor, participó en las giras por catorce provincias auspiciadas por la Municipalidad de Buenos Aires, tocó —también en el 72— en Roma, en el Teatro 10 de la RAI y en el Instituto(italo-latinoamericano de Cultura; en Caracas y en Río, en el Colón y en la película Argentinísima. Cuando Piazzolla reconstituyó su quinteto, actuó con él en las turnes por Río y San Pablo (1973), en el Olimpía de París (1974) y en 1975, siguió siendo concertino destacado en la nueva formación que el compositor de Suite Troiliana presentó en Canal 13 y en La Ciudad. Desde junio de 1976 se constituyó en director de su propia agrupación de instrumentos de arco (violines, violas, cellos y bajo), debutando con dos recitales en el Teatro San Martín (sala Casacuberta). Con la colaboración de diversos arregladores —Aquiles Roggero, Roque De Pedro, Omar Torres, Rodolfo Alchourrón, Martín Darré, Rodolfo Mederos y Omar H. Valente—, cultivó un repertorio generísticamente variado, pero básicamente tanguístico, en el que volvió a ofrecer su admirable sensibilidad de intérprete. Ha tocado, también, en el Teatro del Carmen, en el Club Hípico y en Michelángelo durante toda la temporada de 1977.

Horacio Ferrer