jueves, 28 de enero de 2010

Elena Burke

Elena BurkeElena Burke

Elena BurkeElena Burke


Nació en la capital cubana allá por 1928, justo para ser una atrevida jovencita de voz insospechable, cuando el movimiento feeling de la cancionística cubana empezó a dar crecientes señales de vida, desde los inicios de la década del cuarenta. Ella, como muchas otras figuras de la música popular cubana, debutó en la radio y de allí muy pronto pasó al cabaret.

Antes de ser solista, sus dotes innatas de cante se alimentaron con la participación en varios de los más importantes cuartetos vocales de los años cuarenta. En ellos fermentaba el repertorio del feeling y su particular manera de decir la canción: Cuarteto de Facundo Rivera, Cuarteto de Orlando de La Rosa y las D'Aida.

En 1957, Álvarez Guedes le produjo a Elena Burke su primer disco de larga duración para su sello Gema. El puso condiciones espléndidas desde el punto de vista orquestal, para que ella enseñara sus poderosas cartas credenciales como una de las más importantes voces del cancionero en lengua hispana durante el siglo XX.
Lo demás fue madurar y darse a conocer cada vez más. Es decir, vivir intensamente cada día que se ha topado por delante. En ese tráfago vital, Elena ha logrado convertirse en vehículo muy especial de los sentimientos de la immensa mayoría de la gente. Ella es de alto aprecio entre los más humildes moradores de la mayor de las Antillas, como entre los individuos de más soberbio elitismo. Esta mujer que ha logrado, con su voz de inacabables recursos, dar siempre la impresión de que te está cantando a ti y muy cerca del oído, aunque tú seas uno de los miles de espectadores que ha colmado un coliseo para ir a disfrutarle, se ha convertido en un modo de ser de la espiritualidad cubana.

Son razones suficientes para advertir la angustia en las calles, en los hogares, en cualquier sitio de la Isla, cuando hace más o menos tres años se supo que estaba gravemente enferma en Ciudad México. Y también en esos mismos medios que se palpó como un respirar más descansado, al conocer que enferma y todo había llegado a La Habana. Ya estaba en casa y podía potenciarse la esperanza que no se nos muriera cuando más falta nos hacía.
Todos sus paisanos, pero sobretodo el habanero, se mantuvo en vilo mientras su convalecencia era estacionaria y mucha gente lloró cuando algún malvado desató el rumor de su muerte... Por eso, en el momento en que la radio y la televisión dieron la noticia de que ella volvería a la Sala Avellaneda a cantar, Cuba, como un solo corazón, se paralizó.
Todo el que cupo se metió en el Teatro Nacional de Cuba a ver a Elena el día señalado, más bien, a comprovar que era verdad que todavía era posible querer o malquerer a través de las canciones de ella, como una carpa milagrosa arma con su voz. Al fin se abrió el telón y todo el mundo se quedó callado al verla ahí, en un sillón de ruedas con un micrófono delante... El amor pudo más que la incertidumbre y poco después rompió un aplauso interminable, al que ella respondió diciendo: "Yo hubiera querido agredecerles de pie..."
Una voz del público le interrumpió: "No importa, Elena. Estás aquí con nosotros". Entonces ella empezó a cantar tímida, como una adolescente que sale por primera vez al escenario. Cantó muchas canciones tratándose de entregar toda y empezaron a gritos las peticiones.

Nadie sabía, ni quería saber, como terminaría aquello. Fue cuando a petición de un admirador que estaba en el tercer balcón, ella comenzó a cantar Yolanda, de Pablo Milanés. Todavía no había llegado ni a la mitad de la canción y se quedó en blanco. Era claro que se la había olvidado la letra. El guitarra acompañante le volvió a dar el pie, ella decía dos o tres palabras y no podía seguir... Entonces los presentes le devolvieron lo que durante décadas ella les había entregado. Un coro de más de dos mil personas se fue alzando hasta el clamor, mientras le cantaba a Elena la canción de Pablo. Desde ese momento se vio bien claro que ella nunca se iba a morir.

Después de esa noche, Elena Burke, ya sin apuros en su sillón de ruedas, sale a cantar con la seguridad que le entregaron en el Teatro Nacional. Se la ve cantando cada semana en el mítico Gato Tuerto del Vedado y también en el piano bar del Meliá Habana. Ella es todavía un resistente pulmón de la sensibilidad del cubano, a quien lamentablemente no se conoce mucho más allá de sus aguas territoriales.
Era tanta la admiración y el cariño que sentía el pueblo asistente al sepelio de “La Señora Sentimiento”, que todo el tiempo, en el cortejo, las anécdotas chispeantes, las evocaciones de canciones famosas, iban dibujando una especie de nostálgica alegría. Fallecio el 06/10/02
Enrique Núñez Rodríguez| La Habana